Bones noticies des del taller de contes!
Des de fa cinc mesos cada dilluns un grup de set persones estan descobrint "la màgia del conte i el relat curt, l´essència de la narrativa, finals inesperats que et deixen bocabadat, una manera diferent d´escriure". El "món del mestres com Kafka, Chejov, Córtazar, etc".
I com és això? Doncs perquè fan el taller de contes del Ateneu Candela! ;)
La bona notícia és que ara s'amplia un altre dia el taller: a més dels dilluns, hi haurà taller de contes els dimarts de 19 a 21h. Ja us podeu apuntar fent un mail a candelagestio@gmail.com
Per tal que descobriu el que podeu ser capaços de fer amb el taller, us compartim el conte d'un dels participants del taller, escollit com el "millor conte del mes de gener del taller"! No teniu ganes de llegir-lo? :)
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El Ordenador Zentral
Estoy asignado en el Centro de Control G del distrito 32 del barrio oriental de la ciudad Pol, y mi trabajo consiste en simular que trabajo. Puede parecer que mi labor no está justificada, pero es esencial para el correcto funcionamiento del Sistema, ya que mi trabajo simulado proporciona seguridad y confianza al resto de la sociedad. Aunque yo sólo miro avanzar las sombras del mobiliario de la oficina mientras pasan las horas. Toda mi acción se limita a hacer pronósticos sobre el ángulo en que se proyectará hoy la sombra en el armario de la esquina. Incluso conozco hasta el último grano de gotelé de la pared. Pero el día que vi escrita, oculta en las formas azarosas del gotelé, mi condena con letras claras, decidí cambiar el rumbo de mi vida. Esto es lo que me ha traído hasta este momento, en el que me encuentro mirándome en el espejo de la portería con una sonrisa sincera en los labios, seguro de haber conseguido mi propósito.
Algunos rumores dicen que al principio de nuestra era el trabajo sí que era real, y de enorme responsabilidad para el mantenimiento de la paz y la prosperidad. Antes, había guerras, hambrunas, enfermedades y otras penurias, pero sobre todo había diversidad, que como nos han enseñado, es la primera causa de la injusticia. Pero tras la revolución de nuestra era, y la implantación de los Centros de Control, nunca hemos experimentado un periodo tan largo de bienestar.
Con el paso del tiempo y el desarrollo de la tecnología, se diseñó el Ordenador Zentral, y desde entonces son las máquinas las que realizan el trabajo de los Centros de Control. Nosotros las supervisamos para velar por su correcto funcionamiento, pero sólo simulamos hacerlo, ya que desconocemos por completo su funcionamiento. Por ejemplo, mi sección se ocupa del consumo de zapatillas por unidad familiar. Controlo el tipo de zapatillas solicitadas por las unidades familiares, la vida media por individuo de las mismas, y el pago escrupuloso cada vez que se adquiere un nuevo modelo. Incluso se gratifica un consumo de zapatillas más alto de lo establecido, y se pone multas a la gente que no consume un mínimo al año. También se marca a los individuos que se decantan por el uso de zapatillas más tradicionales o cuya vida media sea mucho menor al calculado como aceptable, ya que podrían ser potencialmente subversivos al Sistema.
Pero en realidad yo no hago nada, la máquina procesa, elabora y selecciona la información. Me aburría, ahogado en esa desesperante monotonía, era una nausea pegada a mí todo el día. No podía soportarlo más. Me sentía inútil, reemplazable, vacío. Un día, para escapar a esta sensación, comencé a fijarme en los datos que se procesaban en la pantalla de mi ordenador, aunque sabía que eso no era ortodoxo. Al principio sólo fue por curiosidad, por hacer algo que me sacara del tedio, pero poco a poco empecé a familiarizarme con los datos, y de entre todos, no sé porqué, tal vez por un capricho del destino, me fijé en los individuos que consumían alpargatas de esparto. No podía dejar de preguntarme el porqué llevar unas zapatillas de este modelo hacía que el Sistema los clasificara como individuos potencialmente subversivos. No veía el peligro.
La mayoría de la gente desconoce el método de control del Ordenador Zentral para seleccionarlos, pero se tiene una idea general, y se confía en que los trabajadores como yo velen por el correcto funcionamiento del proceso. Cada Centro de Control procesa, elabora y selecciona la información referente a la necesidad que trata. Todos los datos son enviados al Ordenador Zentral. Así se puede encontrar, mediante el cruce de toda la información, a los individuos que presentan patrones de consumo diferentes a los establecidos como normalidad, clasificándolos como potencialmente subversivos, y de este modo sacarlos del Sistema antes de verse afectada la estabilidad de la población.
Desde que se instaló esa pregunta en mi cabeza no conseguía dormir bien, caminaba por la calle mirando los pies de los transeúntes, me obsesionaba por entender que efecto producían las zapatillas de esparto en los individuos para convertirlos en potencialmente subversivos. A la salida de mi turno de 12 horas iba a buscarles y, cuando los conseguía encontrar, les seguía. Pero cuando comencé a espiarlos encontré en ellos algo completamente distinto a lo que buscaba. Encontré una nueva obsesión que se adueñó por completo de mí.
Desde luego, son un tipo de personas muy curiosas, pero lo que de verdad les delata es el brillo especial de sus ojos y su sonrisa confiada. Esa gran sonrisa les diferencia del resto. ¡Como me moría de ganas de saber que les hacía sonreír de esa manera! Hasta me compré yo también unas alpargatas de esparto para intentar encontrar en ellas la respuesta. Unas alpargatas que se salían del todo de los parámetros de mi consumo, unas alpargatas verdes, simples, toscas, y con la suela de esparto.
Pero al usarlas no sentí nada especial, y encima me picaban y me producían ampollas porque eran más duras que las que consumía yo. Me sentí desolado, perdido. Había puesto todas mis esperanzas en sentir ese efecto misterioso de las alpargatas al usarlas, pero por mucho que lo hiciera, tan sólo conseguían arrancar de mi cara muecas de dolor, en vez de la anhelada sonrisa. Incrédulo y desesperado intenté abordar a algunos de los usuarios de alpargatas para intentar descubrir su secreto, quería saber porque aquellas dolorosas alpargatas no hacían efecto en mí. Pero todos me evitaban asustados, no querían compartir su secreto conmigo. Supongo que al igual que a ellos les delataban esas facciones frescas y sinceras, a mi me delataba la cara sudorosa de perseguirles por toda la ciudad y un rictus congestionado de dolor por las alpargatas. Aunque las usara, ellos sabían que no era uno de los suyos. Así que al final acorralé a uno de ellos, con la intención de no dejarle escapar hasta que me contara cual era el secreto:
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Buenos días señor, no intente escapar por favor. Tan sólo quiero hacerle una pregunta – rogué desesperado. Como quiera que el señor me miraba boquiabierto sin decir nada, decidí pasar directamente a contarle mi obsesión. Según le iba relatando mi historia, mi interlocutor se iba quedando atónito, el mentón cayendo de su rostro según avanzaban mis palabras.
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Disculpe caballero, a ver si le he entendido bien ¿usted cree que el hecho de llevar unas simples alpargatas de esparto va a cambiar su vida? – dijo tras acabar de relatar mi historia
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Se podría reducir de ese modo. Tan sólo quiero saber cuál es el secreto, ¿por qué no consigo que tengan el mismo efecto en mí que en ustedes?
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Le aseguro que las zapatillas no esconden ningún secreto, nada tiene que ver un objeto con nuestra sonrisa. Pero sí que le puedo asegurar que preguntándose por las cosas como hace ahora, puede llegar, como lo define usted, a ese secreto. De todos modos le debo advertir que lo que hace le pone en peligro. ¿Acaso no me ha dicho que llevar ese tipo de calzado nos hace potencialmente peligrosos? Yo lo desconocía, pero gracias por el aviso, ahora mismo voy a comprarme un calzado más ortodoxo.
En vista de que no eran las alpargatas las que les daba esa sonrisa de suficiencia, y que los individuos que las usaban no querían desvelar su secreto, continué siguiéndoles y espiándoles. No me quería dar por vencido. Al no parar de andar tras ellos mi consumo de zapatillas se ha disparado, y además, ahora que tengo más sed que antes, he descubierto que el agua me sacia mejor que esos refrescos carbonatados y coloreados que me gustaban.
En el trabajo han empezado a mirarme escandalizados, y sé que cuchichean detrás de mí. Debe de ser por el calzado que uso ahora, o por mi nueva ropa tan poco ortodoxa para ellos, ya no me siento cómodo con esos monotrajes estándar. Aunque lo más seguro es que estén escandalizados por mi brusca variación en mis hábitos de consumo. Pero nada de eso me importa ya, porque ahora no me aburro en el trabajo. Ahora tengo una meta clara, y me paso el tiempo trazando planes y buscando respuestas.
Con las semanas que han pasado desde entonces me doy cuenta ahora de que en todo este tiempo no he dejado de pensar, y sorprendentemente he descubierto que ya no estoy obsesionado con los individuos de las alpargatas de esparto ni con su sonrisa, ya que otros placeres han venido a sustituir estas primeras obsesiones. Por ejemplo, leer novelas clásicas, y no esos sosos manuales de comportamiento cívico que antes me gustaban. O lavarme los dientes con un cepillo de dientes, ya no quiero esa pasta sintética en pastillas de disolución en agua. O incluso comprar y cocinar los alimentos que como durante el día, y no esas pastillas vitaminadas junto al suero complementario. De hecho, ya no quiero muchas cosas de las que quería, aunque en realidad nunca me llegué a preguntar antes si realmente las quería. Se puede decir simplemente que ahora soy consciente. Consciente de lo que realmente quiero y de lo que no. He conseguido salir de esa inercia no escrita que arrastra al resto de la sociedad. He conseguido tomar el control de mi vida con plena consciencia, sin dictados subliminales.
Hoy he llegado a casa y me he sorprendido en el espejo de la portería con una sonrisa sincera en los labios. Me he quedado de atónito, paralizado, hasta que he sido capaz de comprenderlo: ¡llevo en mi propio rostro lo que hace tiempo buscaba!, esa sonrisa de felicidad. Me doy cuenta de que estoy vivo, de que me siento lleno de vísceras que se retuercen y me demandan necesidades. Me siento irremplazable, genuino, único. ¡Qué maravilla! Sonrío de oreja a oreja y empiezo a bailar de alegría dando vueltas por la portería, para escándalo de mis vecinos del 37 que en esos momentos salen.
Pensándolo bien, es posible que esa sonrisa lleve ya tiempo colgada en mis labios y yo no haya reparado en ella antes. Posiblemente fuera poco después de empezar a seguir a los individuos de las alpargatas de esparto y de darme cuenta de lo que realmente quería en mi vida. Pero en realidad, da igual el momento en que ocurrió, no es importante, lo único que cuenta es que ¡soy feliz!
Cojo la correspondencia y me meto dando saltitos de alegría en el ascensor… Pero mi flamante sonrisa se esfuma al ver entre la correspondencia la carta del Centro de Control Zentral: “El Ordenador Zentral ha detectado un consumo inestable en su persona, por lo que se ha convertido en un individuo potencialmente subversivo para el Sistema. Apelamos a su civismo para no cometer actos de egoísmo y presentarse inmediatamente en las oficinas del Centro de Control para su reciclaje por el bien general de la población.”.
Daniel (01-14)